Cada fin de año, la discusión sobre el aumento del salario mínimo vuelve a ocupar el centro del debate económico en Colombia. Sindicatos, empresarios y Gobierno se sientan a negociar una cifra que impacta no solo el ingreso de millones de trabajadores, sino también los costos empresariales, los precios y el empleo. En ese escenario, una de las preguntas más recurrentes es si un incremento elevado del salario mínimo termina alimentando la inflación o destruyendo puestos de trabajo.
Un reciente análisis publicado en el Periódico de la Universidad Nacional plantea que un aumento del salario mínimo no necesariamente genera más inflación ni desempleo. El texto, firmado por los profesores Hernando Matallana y Álvaro Martín Moreno, cuestiona lo que denomina “eslóganes” de la economía convencional y propone una lectura alternativa desde la teoría heterodoxa.
Sin embargo, esa interpretación no es compartida por todos los economistas. El profesor Henry Amorocho, experto en hacienda pública de la Universidad del Rosario, advierte que las conclusiones del estudio deben tomarse con cautela y que llevar el salario mínimo muy por encima de la inflación y la productividad sí puede generar desequilibrios económicos, especialmente en el empleo formal y en los costos de las empresas.
¿Un aumento del salario mínimo reduce el desempleo?
El documento de la Universidad Nacional sostiene que la relación entre salario mínimo y desempleo no es tan directa como plantea la teoría económica tradicional. A partir de datos del DANE y del Banco de la República, los autores muestran una correlación inversa entre el salario mínimo real y la tasa de desempleo: en los periodos en los que el salario real ha aumentado, el desempleo ha tendido a disminuir.
Según el análisis, esta evidencia empírica cuestiona la idea de que subir el salario mínimo conduce automáticamente a una destrucción de empleo. “Aunque esta relación amerita un estudio más riguroso, por lo menos cuestiona los eslóganes repetidos sin mayor sustento empírico”, señala el texto publicado por la UNAL.
Para Henry Amorocho, ese es precisamente uno de los principales límites del estudio. En su concepto, no es válido extraer conclusiones generales a partir de relaciones parciales. “Las conclusiones y el contenido de lo que escriben amerita un estudio más riguroso. No es un planteamiento definitivo”, explica. Además, advierte que el análisis compara variables que no permiten una lectura completa del mercado laboral.
Amorocho subraya que en el último año las estadísticas muestran un fenómeno distinto al planteado por la UNAL. “Lo que sí se ha podido observar es que el haberlo aumentado ha generado una migración de trabajadores formales a informales”, afirma. En su opinión, el desempleo puede reducirse, pero a costa de un aumento del trabajo por cuenta propia, lo que implica una menor calidad del empleo y ausencia de seguridad social.
¿El salario mínimo alto genera inflación?
Otro de los puntos centrales del debate es el impacto del salario mínimo sobre los precios. El estudio de la Universidad Nacional sostiene que el salario nominal no es el principal determinante de la inflación y que el salario real depende, en mayor medida, de factores como la productividad, el poder de mercado de las empresas, las tasas de interés y los márgenes de ganancia.
Desde esa perspectiva, los autores argumentan que los empresarios tienen la capacidad de ajustar sus mark-ups y que un aumento salarial no necesariamente se traduce en mayores precios. En su lectura, la inflación no puede atribuirse de forma automática al incremento del salario mínimo.
Amorocho coincide en que el salario mínimo no es la única causa de la inflación, pero marca una diferencia. “No se está queriendo decir que necesariamente el aumento del salario mínimo sea la única causal de inflación. Pueden ser más”, señala. Sin embargo, enfatiza que sí existe un vínculo entre costos laborales y aumento de precios. “Generalmente es posible que con aumentos que van muy por encima del IPC y de la productividad se produzcan efectos en los precios”, advierte.
El economista también recuerda que el salario mínimo está indexado a múltiples componentes de la economía, como pensiones, aportes a seguridad social y otros costos, lo que amplifica su impacto sobre la estructura de precios.
¿Qué pasa si el aumento supera la inflación y la productividad?
El punto de mayor preocupación para Amorocho es el efecto de un aumento de dos dígitos sobre la estructura productiva, en especial sobre las pequeñas y medianas empresas. En su concepto, incrementos del 12 % o del 16 %, como los que ha sugerido el Gobierno naciona o las centrales obreras, “se salen de toda posibilidad”.
Aunque reconoce que un mayor salario puede impulsar el consumo, aclara que ese no es el único factor que explica la dinámica económica reciente. “El consumo también ha sido impulsado por el gasto público, por el buen desempeño de las exportaciones cafeteras y por sectores como el turismo, la manufactura y el agro”, explica.
El riesgo, según Amorocho, es que un aumento excesivo del salario mínimo termine afectando la contratación formal. “Un aumento muy por encima de la inflación y la productividad produce consecuencias nefastas sobre el empleo formal”, afirmó. También aseguró que cifras del DANE muestran una reducción de trabajos formales compensada por un aumento similar del empleo informal.
En ese sentido, el contraste entre ambas visiones no es absoluto. Mientras el estudio de la Universidad Nacional invita a replantear las certezas tradicionales y a no reducir el debate a eslóganes, Amorocho insiste en que el salario mínimo sí pesa en la política de precios y en el empleo cuando se desborda de los fundamentos económicos. Para ambos, el mensaje final es claro: la discusión requiere mayor rigor técnico y no puede resolverse con afirmaciones simplistas.