La Luna es el satélite natural que acompaña a la Tierra. Varios planetas del sistema solar cuentan con más de una, pero la nuestra cumple un papel clave en las mareas, la navegación, ciertos comportamientos de los animales y ciclos agrícolas para los seres humanos, entre otros procesos. Sin embargo, los científicos confirmaron un descubrimiento que ha llamado la atención en la comunidad astronómica: un nuevo objeto que acompaña al planeta de forma discreta y que, aun sin ser un satélite real, se comporta como si lo fuera.
El 29 de agosto de 2025, los científicos del observatorio Pan-STARRS, en Hawái, descubrieron un objeto al que llamaron PN7, un asteroide de alrededor de 20 metros de ancho que, sorpresivamente, estaba acompañando a la Tierra desde hace unos 60 años y podría continuar allí otros 60 años más, asegura National Geographic.
PN7 es una cuasi-luna y solo se puede ver con el apoyo de telescopios potentes capaces de seguir incluso los rayos débiles del Sol que se reflejan en asteroides espaciales.
Según los datos obtenidos hasta el momento y dados a conocer por The Planetary Society, PN7 no es un caso aislado. Las cuasi-lunas son relativamente comunes en el sistema solar; la primera descubierta estaba asociada a Venus en 2002. Júpiter, Saturno, Neptuno, Plutón y el asteroide Ceres también tienen al menos uno de estos objetos identificados hasta ahora.
¿Qué es una cuasi-luna?
Las llamadas cuasi-lunas son cuerpos que comparten la órbita de un planeta o asteroide alrededor del Sol. No se trata de satélites en sentido estricto, pues no giran directamente alrededor del planeta, pero mantienen trayectorias que los mantienen cerca durante largos periodos. Desde la perspectiva terrestre, estos objetos pueden parecer que orbitan nuestro mundo, cuando en realidad siguen su propio recorrido en torno al Sol.
Los astrónomos han identificado por lo menos siete cuasi-lunas asociadas a la Tierra. El número podría ser mayor, pues su detección depende de telescopios capaces de captar pequeñas cantidades de luz reflejada por cuerpos que pueden medir solo unos metros. Estos objetos pueden permanecer décadas o siglos en esta configuración, antes de pasar a órbitas troyanas o de herradura.
El valor científico de objetos como PN7
Objetos como PN7 son valiosos porque permiten entender mejor la interacción entre la Tierra y los cuerpos menores del sistema solar, subrayó National Geographic. Para la NASA, estas cuasi-lunas funcionan como “laboratorios naturales” que muestran cómo actúan la gravedad terrestre, lunar y solar sobre asteroides pequeños que quedan atrapados de forma temporal. Su observación también ayuda a ajustar modelos de trayectoria, evaluar riesgos y mejorar el seguimiento de objetos cercanos, incluso cuando no representan amenaza alguna.
Además, estos hallazgos abren posibilidades para futuras misiones científicas, ya que las minilunas son más accesibles que otros asteroides lejanos. Analizar su composición, rotación y respuesta a la radiación solar permite reconstruir parte de la historia del sistema solar y probar tecnologías que podrían usarse en exploraciones más complejas. En conjunto, PN7 y cuerpos similares muestran que, aunque la Luna es nuestro satélite permanente, la Tierra recibe pequeñas compañías temporales que amplían el conocimiento sobre su entorno espacial inmediato.
Lunas fantasma y minilunas: las otras “compañías” de la Tierra
Además de la Luna, la Tierra ha tenido otros acompañantes mucho más discretos y difíciles de detectar. Las minilunas son pequeños objetos que llegan a quedar atrapados temporalmente en la órbita terrestre, revela The Planetary Society. No permanecen mucho tiempo: en promedio, duran menos de un año antes de escapar nuevamente al espacio profundo.
Su tamaño es tan reducido y su brillo tan débil que apenas se han identificado cuatro casos confirmados, y ninguno continúa orbitando nuestro planeta. En varios episodios, incluso, lo que parecía ser una miniluna terminó siendo desechos espaciales, como partes de cohetes de las misiones Chang’e 2 y Lunar Prospector, o la propia nave Gaia, que fue confundida en una ocasión con uno de estos objetos.
Las lunas fantasma, en cambio, son mucho más esquivas. No son rocas ni asteroides, sino nubes de polvo que se arremolinan en puntos estables de la órbita terrestre alrededor del Sol. Oficialmente conocidas como nubes de Kordylewski, fueron reportadas por primera vez en la década de 1960, pero su existencia no se confirmó de manera provisional hasta 2018. Aun así, no existe consenso científico sobre si realmente están allí todo el tiempo o si aparecen y desaparecen según la influencia del Sol y de los planetas.
Para la NASA y la comunidad astronómica, siguen siendo fenómenos difíciles de estudiar, pero potencialmente claves para entender cómo se distribuye el polvo y cómo se comportan los materiales finos en los límites del sistema Tierra-Luna.